Quienes viajan al País Vasco suelen detenerse en sus reclamos más conocidos: gastronomía, fiestas, paisajes, cultura. Sin embargo, más allá de paseos animados y obras arquitectónicas emblemáticas, late una historia menos divulgada, pero igualmente poderosa: la de las comunidades judías que prosperaron aquí durante siglos y dejaron huella perdurable en el territorio y sus costumbres. Del Medievo a las expulsiones del siglo XV, el legado sefardí en el País Vasco permanece inscrito en calles, topónimos y tradiciones.
En Euskadi, la historia judía forma parte del tejido que aflora tanto en las ciudades vibrantes como en los pueblos silenciosos. Ese patrimonio resulta especialmente visible en destinos como Bilbao y San Sebastián, donde la costa se funde con referentes culinarios y culturales de primer orden. Bilbao, con el Guggenheim proyectado por el arquitecto judeocanadiense Frank Gehry, y San Sebastián, con su célebre paseo de la Concha, funcionan como puertas de entrada habituales. No obstante, en el interior del País Vasco la memoria judía despliega un relato que arranca en el siglo XIII y resiste incluso a la Inquisición.
Durante la Edad Media, ciudades vascas como Vitoria-Gasteiz, Bilbao, Tolosa y Hondarribia se convirtieron en refugio para judíos que escapaban de persecuciones en otras zonas de la Península. Ya en el siglo XIV, comunidades enteras se asentaban en el norte de España y el sur de Francia huyendo de la violencia inquisitorial.
Vitoria-Gasteiz, actual capital de la Comunidad Autónoma Vasca, albergó una aljama próspera y con peso político notable. Estaba formada principalmente por artesanos cualificados, labradores, médicos y recaudadores de impuestos que impulsaron de forma decisiva el desarrollo económico de la ciudad.
Aunque resulta imposible conocer la cifra exacta, los registros indican que en el siglo XIII vivían en Vitoria unos 2.000 judíos sobre una población total de 10.000 habitantes, y cerca de 900 en el momento de la expulsión de 1492. Un documento fechado en Huete en septiembre de 1290 permite verificar estos datos en el repartimiento ordenado por el rey Sancho IV, que obligaba a todas las aljamas del reino a entregar a la de Vitoria 8.520 maravedíes.
Vitoria-Gasteiz, capital de la Comunidad Autónoma Vasca, conserva probablemente la huella judía más nítida del norte peninsular. Esta ciudad histórica, situada a 60 kilómetros al sureste de Bilbao, llegó a contar con una de las aljamas más numerosas de la región: hasta 900 personas en vísperas de la expulsión de 1492. Médicos, labradores y comerciantes, los judíos eran pieza clave de la economía local y, al mismo tiempo, vivían confinados en un ghetto delimitado cuya arteria principal era la actual calle Nueva Dentro, antes conocida como calle de la Judería y accesible únicamente por una puerta.
Hoy, el antiguo cementerio judío, convertido en el parque Judizmendi (monte de los judíos), constituye el principal memorial de aquella comunidad. Un monolito de granito autorizado en 1492 por el concejo vitoriano recuerda el acuerdo con los judíos para respetar y conservar su necrópolis, pacto que se mantuvo hasta 1952, cuando la comunidad judía de Bayona autorizó su transformación en parque público. Judizmendi permanece como testimonio solemne del legado sefardí en Vitoria.
En el centro de Judizmendi se alza desde 2004 el monumento “Convivencia”, obra de la artista israelí Yael Artsi. Ocho grandes losas de hormigón simulan las páginas de un libro abierto y llevan grabadas en euskera, castellano y hebreo las palabras del profeta Isaías: «Convertirán sus espadas en arados». El mensaje de paz y entendimiento compartido recorre todo el País Vasco y condensa su compleja historia en un recordatorio intemporal de resiliencia.
Huellas judías en otros municipios vascos
Más allá de Vitoria, otros núcleos conservan vestigios anteriores a la expulsión. Hondarribia, pueblo costero de arquitectura medieval, albergó una comunidad cuya presencia aún se intuye en el casco histórico. Tolosa y el casco viejo de Bilbao también guardan evidencias de juderías medievales que permiten lecturas distintas de una sociedad vasca plural y en transformación.
Las juderías vascas proponen un recorrido arquitectónico y cultural hacia el pasado. Calles estrechas empedradas y casas de adobe configuran un estilo propio que enriquece las raíces medievales de la región. Recorrerlas equivale a transitar por sinagogas desaparecidas, antiguas viviendas y restos de mercados donde late la presencia prolongada y resistente de aquellas comunidades.
Mejor época para viajar al País Vasco
La ventana ideal abarca de mayo a octubre, con temperaturas suaves entre 15 y 25 °C. En estos meses se disfruta de la costa, los montes verdes y los grandes eventos culturales, entre ellos el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en septiembre. Para explorar las juderías históricas, primavera y principios de otoño ofrecen climatología agradable para paseos y visitas con menos aglomeraciones que en julio y agosto.
Desde Estados Unidos, los vuelos a Bilbao son accesibles con escala desde Nueva York, Los Ángeles o Chicago. Compañías como Iberia, Delta y American Airlines operan rutas regulares con una o dos conexiones, generalmente vía Madrid o Barcelona. Otra opción consiste en llegar a Madrid o Barcelona y continuar en vuelo doméstico o tren, lo que permite descubrir paisajes complementarios del norte peninsular.







