Muchos viajeros judíos llegan a Lleida, en el Pirineo catalán, atraídos por los deportes de aventura y los paisajes, pero desconocen que la provincia atesora también una oferta gastronómica de primer nivel. A continuación, dos restaurantes que merecen, sin duda, una visita.
Uno de los recuerdos más perdurables de cualquier viaje es la mesa. Años después seguimos evocando el sabor de un croissant en París o de un falafel en Tel Aviv. La comida no es un mero complemento: define en gran medida la experiencia viajera.
Muchos visitan la provincia de Lleida por sus vistas espectaculares, su clima benigno y sus infinitas posibilidades deportivas, pero a menudo pasan por alto uno de los placeres más intensos del viaje: comer bien. Para quienes preparen una escapada a esta región, una de las más bellas de España, aquí van dos de nuestros restaurantes favoritos.
Malena
Malena, estrella Michelin, se encuentra en el pequeño pueblo de Gimenells, rodeado de campos verdes. Instalado en una antigua vaquería, el restaurante consigue aunar la calidez rural con la precisión propia de la alta cocina. Tractores al fondo, árboles frondosos y enormes nidos de cigüeñas completan un entorno encantador. Pese a su estrella, los menús degustación arrancan en 70 euros, precio más que razonable.
Al cruzar la puerta, la rusticidad cede paso a una elegancia moderna y acogedora, lograda con colores cálidos y una cuidada iluminación repartida en varias salas. Como en toda casa Michelin, la experiencia arranca con pequeños bocados que anuncian lo que está por venir: esferas de almendra que estallan con aceite de oliva, un minipan con tomate convertido en delicado embutido, gelatina de mojito… detalles que sería delito desvelar.
Siguen unas finísimas empanadillas crujientes rellenas de espinacas y piñones, y —sorpresa— una cápsula que, al verter agua caliente, se transforma en toallita humeante para las manos.

El resto del menú mantiene el nivel: pastel de patata sedoso, alcachofas asadas con salsa de fresitas silvestres, cordero cocido a baja temperatura tiernísimo por dentro y crujiente por fuera… El postre fusiona dos clásicos: una tatin mantecosa con crema catalana suave, logrando un equilibrio perfecto entre texturas.
En definitiva, Malena es de esos lugares que dejan huella.
Nabiu
Si la estrella Michelin no es imprescindible pero se busca cocina excelente, ambiente cálido y vistas privilegiadas, Nabiu es el sitio ideal. Ubicado en el precioso pueblo de Isavarre, junto al Parque Nacional de Aigüestortes, parece sacado de un cuento: casas de piedra, ventanas de madera, vegetación exuberante.
El restaurante, en la parte baja del pueblo, domina un valle de montañas verdes y picos nevados. Dada la altitud, la carta hace especial énfasis en quesos y fondues que reconfortan el alma, aunque no exclusivamente.
La fondue es soberbia, pero la oferta va mucho más allá: tabla de quesos locales —destaca uno curado en vino de sabor potente—, sardinas grandes pescadas en el momento, trucha del río vecino con carne rosada y jugosa… Quien prefiera carne puede optar por cordero asado en salsa de queso con piel crujiente o unos ravioli caseros de berenjena en salsa de pimientos y olivas que versionan la escalivada en forma de pasta.
Imprescindible guardar hueco para el postre. Aquí sí se puede hablar de kilómetro cero absoluto: las peras proceden del árbol que hay a la entrada. Olvidemos las peras al vino convencionales; la de Nabiu es tierna por fuera, ligeramente crujiente por dentro, con un delicado aroma vinoso. La acompañan nata poco azucarada y migas de masa quebrada mantecosa. Para rematar, sirven un licor de nuez casero que recuerda al oporto pero con un adictivo toque nuez.
Una experiencia gastronómica memorable, con vistas de ensueño y una cuenta final más que razonable. Combinada con una excursión al parque —cascadas espectaculares, prados infinitos y fauna salvaje—, la jornada resulta inolvidable.







