Encajado en la ladera norte de la Sierra de Béjar, con la nieve del Calvitero al fondo y el rumor del Cuerpo de Hombre, Béjar guarda una de las memorias sefardíes más delicadas y menos conocidas de Castilla. El Museo Judío David Melul, instalado en una casa nobiliaria del siglo XV y abierto en 2004 gracias al mecenazgo del propio David Melul, no es un museo al uso: es la llave maestra que permite leer la ciudad entera como un texto en capas.
La visita al museo se estructura con una elegancia narrativa poco común:
Planta baja: un mapa iluminado de la presencia judía en la Península y en Béjar desde finales del siglo XII; el Fuero de Béjar —excepcional documento de convivencia—; objetos rituales (menorá, talit, tefilín) que devuelven tacto a lo que 1492 convirtió en ausencia.
Primera planta: el tiempo de los conversos. Documentos inquisitoriales, una maqueta exquisita de la Béjar de 1492 que sitúa la judería junto al Palacio Ducal y las iglesias de Santa María, San Gil y San Juan.
Última planta: la diáspora. Rutas mediterráneas y atlánticas, la pervivencia del judeoespañol y un muro de fotografías y cartas enviadas desde Seattle, Londres, Sofía o Tel Aviv por familias que aún llevan Béjar en el apellido: Behar, Bejarano, Becerano.
El museo no agota la historia: la abre. Béjar fue aljama próspera con sinagoga, escuela rabínica, baños rituales, carnicería kosher, horno, hospital y cementerio. Sus judíos destacaron en comercio textil, medicina y finanzas. Entre sus figuras ilustres: Rabí Hayyim ibn Mussa (siglo XIV), médico, traductor del árabe y autor de Magen va-Romav, una de las grandes obras de polémica teológica y filosófica sefardí; Samuel de la Tetilla o Simuel de Medina, recaudadores y artesanos que formaban parte del pulso cotidiano. Todo bajo la protección y la vigilancia de los Zúñiga, señores de la villa desde el imponente Palacio Ducal.
Recorrido para el viajero que busca profundidad
El Museo David Melul es el punto de partida perfecto, pero la experiencia se expande en las calles:
- Calle Mayor y alrededores del Palacio Ducal: el corazón de la antigua judería, entre casas blasonadas donde aún se intuyen los límites de la convivencia.
- Jardín histórico de El Bosque (siglo XVI), villa renacentista de los duques de Béjar declarada Conjunto Histórico: cada verano sus estanques y paseos se convierten en escenario de conciertos sefardíes de altísimo nivel.
- Plaza Mayor y las iglesias de Santa María y San Juan: espacios donde la memoria conversa dejó hueda en retablos y en tradiciones.
- Sendero La Salamanquesa (otoño): marcha guiada que rememora la ruta del exilio por la sierra.
La diáspora que aún escribe a Béjar
Pocos lugares permiten tocar la escala global de la memoria sefardí con tanta precisión. El apellido Béjar viajó con los expulsos y hoy lo llevan rabinos, antropólogos, empresarios y músicos: Haim Bejarano, Ruth Behar, Howard Behar (expresidente de Starbucks), Dan Bejar (Destroyer). El museo conserva sus cartas y fotografías: un muro afectivo que convierte la visita en un encuentro inesperadamente personal.
Béjar celebra cada septiembre las Jornadas Europeas de la Cultura Judía con visitas guiadas exclusivas, talleres de cocina sefardí (borekitas, hojaldres de calabaza, dulces de almendra maridados con vinos de la Sierra de Salamanca) y conciertos en El Bosque que recuperan repertorios mediterráneos. En verano, el jardín renacentista se llena de música ladina bajo las estrellas; en otoño, la marcha senderista recuerda el camino del exilio.
Practicidades para el viajero
Acceso: 70 km de Salamanca por carretera de montaña; tren histórico La Salamanquesa (experiencia en sí misma).
Alojamiento: Hospedería de El Bosque (cuatro estrellas dentro del jardín renacentista), hoteles-boutique y casas rurales de diseño.
Mejor época: septiembre (Jornadas Europeas), julio-agosto (conciertos en El Bosque), otoño (senderismo y luz dorada).
Imprescindible: reservar con antelación visita privada al museo y cena sefardí-maridada.
En Béjar la memoria sefardí no está encerrada en vitrinas: se respira en la piedra, se escucha en la música, se saborea en la mesa y se camina por calles que aún reconocen a quienes un día tuvieron que partir. Para el viajero culto que busca autenticidad sin estridencias y emoción sin tópicos, pocas ciudades españolas ofrecen un abrazo tan delicado y profundo.







