Cuando el sol se pone sobre Cáceres, ciudad medieval del norte de Extremadura, su silueta almenada se tiñe de cálida piedra dorada. Entre colinas y olivares, la villa vieja parece detener el tiempo. Subes la escalera de caracol del Baluarte de los Pozos, torre vigía que domina las callejas blanqueadas de la antigua Judería, hasta llegar a una pequeña sala donde cuencos de cristal atrapan destellos de ámbar y cítricos. El aroma es inmediato: miel, azahar y algo muy antiguo, como un recuerdo que hubiera estado durmiendo en la penumbra.
Así es “Sabores y Aromas de Sefarad”, una exposición que no solo conserva el patrimonio sefardí, sino que lo resucita a través del gusto. Ideada por el chef e historiador Javier Zafra, la muestra transforma los alimentos bíblicos, como higos, granadas, aceitunas, trigo, cebada y miel, en un viaje táctil y emocional. Estos ingredientes, base de la vida judía medieval, no están encerrados tras vitrinas: están vivos, aromáticos, comestibles y cargados de significado.
Zafra guía al visitante entre historias. La miel no es solo endulzante, sino metáfora de la dulzura divina y de la resiliencia. Las semillas de granada brillan como rubíes y simbolizan la rectitud; el trigo y la cebada hablan de fragilidad y renovación, recordando la precariedad de la vida en la diáspora. Pero son los dulces los que susurran más alto: tiras finas de cidra confitada que aludían a remedios para el parto, hojaldres de almendra con dibujos geométricos que remiten a la tradición decorativa judía, infusiones de hierbas donde medicina y ritual se funden.
La experiencia sensorial no termina en la torre. Gracias al programa RASGO de la Red de Juderías de España – Caminos de Sefarad, restaurantes locales reinterpretan recetas sefardíes con toque contemporáneo. El viajero puede degustar guisos de arroz en aceite de oliva, sopas de almendra, pasteles melosos y platos que un día partieron de Al-Ándalus hacia el Imperio otomano y hoy renacen en Extremadura.
Eventos estacionales, entre ellos la Jornada Europea de la Cultura Judía, llenan las juderías de paseos teatralizados, narraciones y música, permitiendo sumergirse en el pasado multicultural de la ciudad. Las propias calles regalan recompensas sensoriales: un callejón angosto, una fachada fresca de piedra, un patio escondido o la vista desde la terraza del Baluarte al atardecer, cuando los tejados de teja y las torres defensivas se funden con la luz menguante.
Una ciudad con dos juderías
La comunidad judía de Cáceres desempeñó un papel esencial en la configuración de la urbe mucho antes de la expulsión de 1492. Desde la Edad Media, judíos cacereños fueron mercaderes, sabios y artesanos que contribuyeron al desarrollo económico y cultural. Su huella permanece visible en dos barrios históricos de personalidad distinta.
La Judería Vieja, agrupada en torno a la iglesia de San Antonio, es un laberinto medieval de calles estrechas, casas encaladas, arcos bajos y patios secretos. Recorrerlas permite imaginar la vida de conversos y judíos que rezaban en privado, estudiaban, comerciaban y preservaban sus tradiciones bajo la vigilancia de los cambiantes poderes. El Arco del Cristo, centinela silencioso de los siglos, evoca el peso de esa historia, enmarcando un mundo donde fe y cotidianidad se entrelazaban entre la tolerancia y la restricción.
Al otro lado de la ciudad se despliega la Judería Nueva, más amplia y centrada en el Palacio de la Isla, cuyo solar se cree que albergó en su día una sinagoga. Aquí las calles murmuran historias de familias que, en el corazón de una ciudad cristiana medieval, mantuvieron vivo el conocimiento, la lengua y las costumbres culinarias aun cuando la historia amenazaba con borrarlas. Ambos barrios nunca fueron guetos aislados: formaron parte integrante de la vida cívica y económica de Cáceres, enriqueciendo su identidad como ciudad vibrante y pluricapa.
Más allá del legado judío
Cáceres también deslumbra por sus palacios renacentistas y góticos. El Palacio de los Golfines de Abajo exhibe la elegancia y el poder de las familias nobles; el Palacio de Carvajal acoge exposiciones que exploran la historia extremeña y, con frecuencia, destacan el legado sefardí y los intercambios culturales que moldearon la ciudad.
La arquitectura religiosa y civil añade nuevas capas: la Concatedral de Santa María, levantada sobre los restos de una antigua mezquita, refleja la compleja espiritualidad local, mientras el Arco de la Estrella abre la puerta al casco antiguo e invita a adentrarse en siglos de vida urbana donde convergieron tradiciones cristianas, musulmanas y judías.
Paseando por jardines escondidos, patios serenos y plazas tranquilas, el viajero puede detenerse a reflexionar sobre la interacción entre memoria, arquitectura y vida cotidiana. En Cáceres, el patrimonio no se limita a los monumentos: vive en los angostos callejones, en los aromas persistentes de recetas ancestrales y en el latido de una ciudad que ha absorbido siglos de experiencia humana sin dejar nunca de mantener viva la memoria de su pasado sefardí.







