En el corazón del Valle del Ambroz, al norte de Extremadura, Hervás guarda una de las juderías mejor conservadas de España, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1969, que se lee como un archivo vivo: calles bautizadas Sinagoga, Rabilero y Cofradía; entramados de castaño, adobe y granito; un río Ambroz que en su día conducía mercaderes hacia la Vía de la Plata. Aquí, a finales del siglo XV, se cristalizó una comunidad hebrea de unas 45 familias, con sinagoga (cuya memoria oral sitúa en Rabilero 19) y una Casa de la Cofradía que aún hoy guardan los vecinos con orgullo.
Bajo el señorío de Béjar, la aljama de Hervás creció protegida. Los pogromos de 1391 convirtieron pueblos como este en lugares de acogida; el siglo XV fue su edad dorada. Apellidos ilustres como Abenfariz, Calderón, Cohen, Hamiz, Mahejar, Orabuena, Salvadiel figuran en los archivos junto a oficios de prestigio: textiles, arrendamiento de impuestos, finanzas y medicina.
En 1454 Hervás era el mayor contribuyente en alcabalas del señorío, prueba de una prosperidad que el Edicto de 1492 truncó de golpe. Muchos partieron hacia Portugal; quienes se quedaron se convirtieron y fundaron una cofradía conversa cuyas huellas persisten en instituciones locales. Sin embargo, los oficios relacionados con la madera, el cuero, el hierro, el vidrio sobrevivieron y aún hoy definen la artesanía serrana.
Recorrer la judería con mirada lenta y culta
Comience en la Plaza Mayor y descienda hacia el río. La retícula se estrecha, los aleros se disputan el cielo, los pisos superiores de castaño y adobe se apoyan sobre zócalos de granito: una arquitectura serrana pensada para desaguar la lluvia y resistir la pendiente. El barrio se extiende hasta la Fuente Chiquita; los nombres de las calles hacen el trabajo interpretativo por nosotros.
Deténgase en Rabilero 19. No queda la sinagoga, pero la tradición oral es precisa: aquí se orientaban las oraciones, aquí existió una galería volada sobre la calle hasta 1949, donde se encontraba la Casa de la Cofradía con su lagar y almazara; testimonio de normas kosher y de organización comunitaria.
Cruzando el Puente de la Fuente Chiquita, un solo arco medieval de los siglos XIV-XVI, se advierte en el pretil una lápida funeraria desgastada de Don Alonso Sánchez (1395), benefactor que vincula en una sola piedra historias judía, cristiana y cívica.
El callejón más estrecho de España
La Travesía del Moral, apenas 50 cm de ancho, nace entre Rabilero 3 y 5, techada al principio y luego abierta al cielo. Los guías la llaman “calle de los enamorados”, pero su verdadera función era defensiva: un pasadizo redundante, típico de barrios construidos para sobrevivir a la violencia.
La iglesia parroquial se alza sobre un castillo medieval; la línea de muralla aún abraza parte del templo y el antiguo cementerio, hoy mirador privilegiado. Marcas de cantería del siglo XIII, escudos de los Zúñiga y del obispo de Plasencia hablan de control feudal. En el siglo XVI los conversos alcanzaron influencia en la parroquia y suministraron clérigos, generando tensiones con los trinitarios de San Juan Bautista, recordatorio de que la conversión no apagó las rivalidades sociales.
Los Conversos: teatro, memoria y experiencia inmersiva
Desde 1997, cada principio de julio, Hervás representa Los Conversos: varios días de teatro al aire libre, mercados históricos, música y gastronomía sefardí en el escenario natural del río Ambroz y la propia judería. El espectáculo principal, ambientado en los años inmediatamente posteriores a 1492, es uno de los actos de memoria colectiva más representativos de España. Para el viajero culto, es el momento perfecto para observar cómo una comunidad interpreta y vive su propia historia.
Un alto necesario: Museo Pérez Comendador-Leroux
En la casa-palacio de los Dávila (siglo XVIII), el museo gratuito reúne escultura de Enrique Pérez Comendador (Hervás, 1900-Madrid, 1981) y pintura de Juana Magdalena Leroux, además de obras de Zuloaga y Eugenio Hermoso. Un contrapunto moderno y refinado a la judería medieval.
Hervás no es un decorado: es una judería que respira, un lugar donde la memoria sefardí se toca en la madera, se escucha en el río y se representa cada verano con una intensidad que solo los grandes escenarios históricos pueden ofrecer.







