En el valle del Ebro, Calahorra guarda una de las comunidades judías medievales mejor documentadas de Castilla. Los archivos testimonian su presencia desde el siglo XI y, a finales del XIII, vivían cerca de 500 judíos, aproximadamente el 15 % de la población, formaban una aljama plenamente integrada en la vida de la ciudad. Lejos de ser marginal, la comunidad participaba de una manera muy activa en el desarrollo económico calagurritano.
El barrio judío se agrupaba en torno al Rasillo de San Francisco, dentro de un recinto amurallado próximo a la actual iglesia de San Francisco y al antiguo castillo. La entrada se efectuaba por la Puerta de la Judería, en la confluencia de las calles Cabezo, Sastres y Deán Palacios. Sinagoga, baños rituales, carnicería, hornos y cementerio configuraban un tejido urbano autosuficiente. Aunque apenas quedan edificios en pie, los planos municipales de patrimonio delimitan con precisión sus límites y permiten al visitante recorrer su perímetro imaginando el latido cotidiano de la aljama.
Un fragmento de Torá que sobrevivió al tiempo
En 1929, los canónigos Fernando Bujanda y Julián Cantera descubrieron, reutilizados como cubiertas de libros de actas capitulares del siglo XV, un fragmento de pergamino de un rollo de la Torá. Con 1,49 metros de largo por 64 centímetros de ancho, contiene nueve columnas del libro del Éxodo (4:18–11:10), el relato del mandato divino a Moisés para sacar a Israel de Egipto. Cada columna consta de 43 líneas, con márgenes y espaciado idénticos a los Sifrei Torá de todo el mundo.
Datado en el siglo XIII y perteneciente, con casi toda seguridad a la sinagoga de Calahorra, donde falleció en 1167 el rabino Abraham ben Ezra, el pergamino sobrevivió a la expulsión de 1492. Tras ella, la sinagoga se transformó en el convento de San Francisco (hoy museo de pasos procesionales) y el fragmento pasó al claustro de la Catedral de Santa María, donde se conserva en el Museo Diocesano.
Este hallazgo convierte a Calahorra en una localidad única en España: no solo custodia abundante documentación sobre su aljama, sino que alberga un manuscrito litúrgico hebreo directamente vinculado a su sinagoga medieval. Junto a contratos civiles de compraventa y comercio redactados en caracteres hebreos, el fragmento testimonia la plena integración de la comunidad y la profundidad de su huella cultural.
La aljama más importante de La Rioja
Entre los siglos XIII y XV, Calahorra fue la aljama principal de La Rioja, por encima incluso de Haro. En el repartimiento fiscal de 1474 aportó 3.000 maravedíes, a pesar de las guerras civiles y de leyes discriminatorias como las de Ayllón de 1412. Las cifras dibujan tanto la resiliencia como la creciente presión que precedió a la expulsión de 1492.
En la actualidad, si bien el barrio judío perdió casi todas sus construcciones, su memoria pervive en pergaminos, contratos y en las calles mismas de la ciudad. Caminar por el Rasillo de San Francisco es el mejor ejemplo, y luego detenerse ante la antigua Puerta de la Judería, situada en la histórica encrucijada, donde el tráfico entraba al barrio. También es recomendable entrar al Museo Diocesano de la Catedral de Santa María, donde se conserva el fragmento de Torá.
Además, es posible explorar los rincones más ocultos para el viajero curioso, como la inversión de 1320 en los molinos del Ebro, que constituye un raro caso cuantificado de colaboración económica judía.
Finalmente, si de vino se trata, los contratos hebreos del siglo XIII–XIV son conservados en archivos locales son una curiosidad única, que aluden a profesiones vinculadas a la viticultura y el comercio del vino, justamente porque La Rioja ya era tierra de viñedos en la Edad Media.
Integrada en la Red de Juderías de España – Caminos de Sefarad, Calahorra propone una voz más serena pero extraordinariamente documentada. Su fragmento de Torá, su sinagoga convertida en monasterio y sus ricos archivos invitan a reflexionar sobre cómo las comunidades florecen, son desplazadas y, finalmente, recordadas. Visitar Calahorra es adentrarse en una narrativa por capas donde la historia no solo se lee en la piedra, sino también en la tinta, el pergamino y la memoria viva de una ciudad.







