La ruta románica del Vall de Boí fue descubierta en octubre de 1904 por Lluís Domènec i Montaner, arquitecto reconocido por sus trabajos dentro del Modernismo catalán, como el Hospital de Sant Pau y el Palau de la Música Catalana en Barcelona. Estos caminos fueron fruto de las luchas territoriales entre obispos y señores feudales y se financió en gran parte con los botines de guerra.
Influenciado por el Romanticismo europeo y en busca de raíces nacionales en la Edad Media para reforzar la identidad catalana, Domènech i Montaner viajó al Vall de Boí con su cámara. Documentó las riquezas olvidadas de los Pirineos y las describió por primera vez en sus notas: ruta románica del Vall de Boí.
El conjunto incluye las iglesias de Sant Climent y Santa Maria en Taüll, Sant Joan en Boí, Santa Eulàlia en Erill la Vall, Sant Feliu en Barruera, la Nativitat en Durro, Santa Maria en Cardet, la Assumpció en Coll y la ermita de Sant Quirc en Durro.
La zona es excepcional por la alta concentración de iglesias con el mismo estilo arquitectónico en un espacio reducido. Estas construcciones se han conservado gracias a su aislamiento, con pocas alteraciones respecto a su diseño original. Por ello, la UNESCO las declaró Patrimonio Mundial en el año 2000.
Los edificios siguen modelos del norte de Italia, conocidos como románico lombardo. Este estilo se caracteriza por la funcionalidad de las construcciones, la sillería, la forma y altura de los campanarios, así como la decoración exterior en los claustros, basada en llamativos frescos policromados.
La ruta
La ruta románica del Vall de Boí comienza en el Centro de Interpretación del Románico en Erill la Vall y recorre todo el valle. El itinerario puede realizarse en dos partes, con visitas guiadas por la mañana y por la tarde, o en etapas separadas según la preferencia y el tiempo disponible. Es una excelente opción para los días en que el clima impide excursiones al aire libre.
Los edificios románicos son una visita obligada, y la duración total del recorrido es de unas 6 horas. El Parque Nacional de Aigüestortes testimonia el impacto del hombre medieval en el territorio y el papel del entorno natural en la conservación del pasado románico.
Es un recordatorio de una época en la que la injusticia se confundía con la fe, pero también en la que humanos y naturaleza coexistían en armonía.






