Gran Canaria, celebrada por su clima templado y sus paisajes luminosos, es mucho más que un destino de sol y playa. Tras la postal de las dunas y los arenales dorados, la isla revela un territorio donde la historia, la cultura y la naturaleza se entrelazan en una experiencia única. Para comprender su esencia, conviene recorrer la Ruta del Suroeste, un itinerario que exige tiempo y calma: al menos una semana para saborear cada parada.
Este trayecto no es solo un desplazamiento geográfico, sino una inmersión en la identidad canaria. Desde los miradores que dominan los barrancos hasta los puertos que se abren al Atlántico, la ruta ofrece un mosaico de paisajes y sabores. En Mogán, el mar dicta la carta: pescados frescos y mariscos que llegan cada día al puerto. En Santa Lucía, la tradición se sirve en forma de gofio y quesos artesanos. Y en La Aldea, el tomate, símbolo agrícola de la isla, se convierte en emblema gastronómico.
Santa Lucía: la altura de la historia
A 680 metros sobre el nivel del mar, Santa Lucía es la primera estación de este viaje. Su iglesia, ejemplo de la sobriedad arquitectónica canaria, y el Museo Fortaleza El Hao, rodeado de flora endémica, revelan un pasado que se remonta a los primeros pobladores. Para los amantes del deporte, el cráter de Las Tirajanas y los miradores como El Guriete ofrecen panorámicas que justifican la ascensión.
En la costa, Pozo Izquierdo se erige como santuario del windsurf: escenario del campeonato mundial y punto de encuentro para quienes buscan la fuerza del alisio.

San Bartolomé de Tirajana: entre dunas y cumbres
El municipio más extenso de la isla es también el más diverso. Desde las dunas de Maspalomas, reserva natural que desafía la lógica del paisaje, hasta el casco histórico de Tunte, donde la iglesia consagrada en 1922 guarda un retablo que sorprende por su riqueza, San Bartolomé es síntesis de contrastes.
Aquí, la arqueología se asoma en Punta Mujeres, mientras el ocio contemporáneo se despliega en campos de golf y centros de bienestar. Maspalomas, con su faro centenario y su palmeral, sigue siendo el icono turístico, pero el viajero atento descubrirá que la verdadera belleza está en la convivencia entre lo antiguo y lo nuevo.

Mogán: la “Pequeña Venecia” atlántica
A 93 kilómetros de la capital, Mogán seduce con su puerto pintoresco y sus canales, que le han valido el sobrenombre de “Pequeña Venecia”. Desde aquí parten excursiones para avistar cetáceos, mientras las playas, Amadores, Taurito, Puerto Rico, despliegan su abanico de arenas y aguas turquesas.
En el interior, la iglesia de San Antonio de Padua y la Presa de Soria recuerdan que la ingeniería y la espiritualidad también forman parte del paisaje. La gastronomía local rinde culto al mango, la papaya y el aguacate, pero el verdadero protagonista es el atún de Mogán, tan apreciado que ostenta denominación propia.

La Aldea de San Nicolás: tradición y aislamiento
Última parada de la ruta, La Aldea es un territorio donde la modernidad parece llegar con retraso. Sus casas históricas, la del Balcón, la del Corredor, y el Museo Vivo invitan a comprender la vida rural canaria: desde la elaboración del pan hasta el ordeño de cabras.
Las playas, como Güi Güi, son un desafío para el viajero: remotas, salvajes, intactas. Aquí, el tomate es rey, y junto a él, los quesos y el pescado completan una dieta que sabe a tierra y mar.

Consejos prácticos
La Ruta del Suroeste exige movilidad: el coche es la mejor opción para recorrer sus 200 kilómetros de contrastes. Lo ideal es dedicar dos días a cada enclave, combinando naturaleza, cultura y gastronomía.
Gran Canaria no se agota en sus playas.
Esta ruta demuestra que la isla es un territorio de matices, donde cada curva del camino revela una historia y cada mesa, una tradición. Viajar por el suroeste es, en definitiva, descubrir la otra cara del archipiélago: la que se resiste a la prisa y celebra la diversidad.







