Sobre las antiguas murallas de Tarazona se alzan las casas colgadas, suspendidas en el aire como si desafiaran la gravedad. Sus balcones de madera se proyectan hacia el vacío, vigilando las calles estrechas que un día fueron el corazón de la judería. Estas viviendas, más que una rareza arquitectónica, son un símbolo de la historia que marcó la identidad de esta ciudad aragonesa: la vida judía que floreció entre sus muros durante la Edad Media.
Tarazona ocupaba un lugar estratégico entre Aragón, Castilla y Navarra, lo que la convirtió en un centro comercial y político de primer orden. Tras la conquista cristiana en 1119 por Alfonso I, la comunidad judía fue invitada a asentarse y contribuir a la recuperación económica. Lo hizo con éxito: en el siglo XIII, los judíos representaban una parte significativa de la población y destacaban en la banca, la medicina y el comercio mediterráneo. La judería no era un gueto cerrado, sino un barrio integrado, con sinagogas, baños rituales y escuelas que convivían con la vida cristiana.
Entre las familias más influyentes sobresale la de Moshé de Portella, cuyos miembros se convirtieron en banqueros y consejeros de la Corona de Aragón. Su poder económico les permitió pagar una quinta parte de los impuestos de la aljama y ocupar cargos que conectaban la ley judía con la administración real. Esta historia refleja la paradoja de la vida judía medieval: esencial para el poder, pero siempre vulnerable a la persecución. El Centro de Interpretación de la Judería “Moshé de Portella” rinde homenaje a esta figura y ofrece una experiencia inmersiva con documentos, maquetas y objetos que reconstruyen la vida cotidiana y la organización del barrio.
Arquitectura como memoria
Las casas colgadas son el emblema más visible de la Tarazona medieval. Construidas sobre las murallas, evocan la fragilidad y la resistencia de una comunidad que habitaba en los márgenes, pero que dejó una huella profunda en la ciudad. Sus balcones suspendidos invitan a reflexionar: ¿qué significa vivir entre la seguridad y la incertidumbre? Para los judíos de Tarazona, esta tensión fue una realidad cotidiana. Las puertas de la judería, como Porticiella y Santa Ana, marcaban el límite entre dos mundos, regulando el acceso y la convivencia.
La Ruta de la Judería permite descubrir este pasado a través de calles como Rúa Alta, Rúa Baja y Calle Judería. El recorrido incluye el lugar donde se alzaba la sinagoga, la casa del rabino y restos de las murallas defensivas. Las placas y paneles interpretativos evocan escenas de la vida medieval: el bullicio del mercado, el murmullo de las oraciones en hebreo, el debate intelectual en las academias talmúdicas. Para quienes buscan una experiencia más profunda, el Centro de Interpretación ofrece recursos multimedia y visitas guiadas que conectan la historia con el presente.
La memoria judía también se encuentra en la Catedral de Santa María de la Huerta, donde destaca un retablo obra de Juan de Leví, un judío converso. Su trabajo, de gran belleza, refleja el diálogo entre dos mundos y la complejidad de las identidades en la España medieval. Este testimonio artístico se suma a los documentos conservados en archivos municipales, que revelan contratos, responsa y registros fiscales de una comunidad integrada y, al mismo tiempo, diferenciada.
Del silencio a la celebración
La expulsión de 1492 puso fin a la judería, pero su legado persiste en nombres de calles, restos arquitectónicos y en la memoria colectiva. Hoy, Tarazona forma parte de la Red de Juderías de España – Caminos de Sefarad, y celebra su herencia con actividades como el Día Europeo de la Cultura Judía, que incluye conciertos, visitas guiadas y jornadas abiertas en espacios históricos. Más allá de la conmemoración, Tarazona invita a vivir una experiencia cultural única, donde la historia se entrelaza con la vida contemporánea bajo la mirada del Moncayo.
Consejos para viajar
Tarazona se encuentra a una hora de Zaragoza y es accesible por carretera. La ruta comienza cerca de la catedral y culmina en las Casas Colgadas, un mirador excepcional para contemplar la ciudad y el Moncayo. Las visitas guiadas y la programación cultural permiten conectar el pasado con la vida actual, ofreciendo una experiencia enriquecedora para quienes buscan turismo cultural de calidad.







