Nuestra primera intención al llegar a Portbou era iniciar la GR92, el «Camino de Ronda» hasta Cap de Creus. Sin embargo, la historia del paso de Walter Bendix Schönflies Benjamin por Portbou, en la Costa Brava catalana, y el misterio que la envolvió durante más de medio siglo, nos obligaron a cambiar de planes.
¿Qué tiene que ver Walter Benjamin con Portbou? Tardé varios días en comprenderlo. Tras siete años de exilio y la pérdida de su nacionalidad alemana en 1939, abandonó París rumbo a Lourdes en mayo de 1940. Su objetivo: reunirse con Hannah Arendt e intentar llegar a Estados Unidos, destino de la mayoría de pensadores judíos de la Escuela de Fráncfort.
Las noticias que recibió en Lourdes no fueron alentadoras: la única vía para alcanzar la libertad pasaba por obtener visado estadounidense, cruzar clandestinamente a España, atravesar todo el país hasta Portugal y embarcar desde allí. Benjamin sabía que, a partir de ese momento, su suerte dependería de múltiples factores; cada pequeño avance sería una victoria y el fracaso, una certeza más que probable.
Días después partió hacia Port-Vendres. Al llegar, se topó con otro obstáculo: la frontera francesa estaba cerrada. Como cientos de exiliados judíos, optó por la única alternativa: la «ruta Lister», un sendero que conducía a Portbou.
La tarde del 24 de septiembre, Lisa Fittko, Walter Benjamin, Henny Gurland y su hijo Joseph reconocieron el camino. Benjamin, agotado por su frágil salud, decidió pasar la noche al raso y reanudar la marcha al día siguiente. A primera hora de la tarde del 25 de septiembre alcanzó la cima y, horas después, descendió hasta Portbou.
Se presentó de inmediato en la comisaría de la estación central para solicitar el tránsito hacia Portugal. Le fue denegado y se le comunicó que al día siguiente sería devuelto a Francia, es decir, entregado a las autoridades alemanas.
Aquella noche, bajo vigilancia policial, se alojó en el antiguo Hotel Francia —hoy cerrado—. Ocupó la habitación número 3, realizó varias llamadas, escribió algunas cartas y, finalmente, ingirió una fuerte dosis de morfina que llevaba consigo desde Marsella. A la mañana del 26 de septiembre de 1940, los empleados del hotel hallaron su cuerpo sin vida. Tenía 48 años. Dos días después fue enterrado en el nicho alquilado número 563 de la zona católica del cementerio de Portbou.
«En una situación sin salida, no tengo más remedio que acabar. Será en un pequeño pueblo de los Pirineos donde nadie sabe que mi vida termina. Ruego transmitas mis pensamientos a mi amigo Adorno y le expliques la situación en que me encontraba. No me queda tiempo para escribir todas las cartas que hubiera querido…»
Poco después, Hannah Arendt visitó Portbou para rendir homenaje a su amigo fallecido, pero no encontró lápida alguna con su nombre. No era extraño: hasta 1991 no se hicieron públicos los documentos oficiales que detallaban las últimas horas del filósofo, la causa de la muerte y la ubicación exacta de sus restos… en una fosa común desde 1945.
Recorrer hoy la ruta urbana de Walter Benjamin en Portbou —señalizada en cinco puntos— que reconstruye las últimas doce horas de uno de los mayores pensadores del siglo XX constituye una experiencia única para palacer historia, reflexionar sobre sus consecuencias y preguntarse, con toda seriedad, por qué en pleno siglo XXI la raza, la creencia o el color de piel siguen decidiendo el destino de un ser humano.






